Carlos Pulido espera encontrar un local que le permita exponer en condiciones su colección
Entrar en el pequeño museo de Carlos Pulido es como adentrarse en un viaje en el tiempo en el que aún suena un viejo reloj de casi doscientos años. Colgado en la pared, el reloj marca las horas del nuevo siglo rodeado de cuadros, material de carpintería, la alcoba de la abuela, una cocina, una escuela y hasta un viejo micrófono rodeado de música grabada para una gramola. Así es el sueño de Carlos, un joven ingeniense que hace unos años, siendo todavía un niño, recogió de manos de su abuelo una antigua pitillera con semillas. Desde entonces la colección no ha parado de crecer. Los recuerdos de familias de distintos puntos de la isla que van a parar a sus manos y el resultado de una búsqueda incansable que le ha llevado hasta el sur del país, conforman el espacio habitado por aquellos retazos de época que aspiran a encontrar un lugar en las condiciones que les permitan seguir prolongando su vida más allá del calendario.
Carlos habla de su tesoro, hoy escondido en un garaje del barrio de Los Molinillos, como un señor mayor que aún conserva un talonario de entradas del Cine Universal, algunas de aquellas cartillas de racionamiento que marcaron una vida, o el velo y la mantilla que tanto le costó conseguir, junto a la alfombra traída de Argentina, que luce en el suelo, bajo una campana de finales del XIX.